Río de Locas

Río de Locas es la segunda y penúltima entrega de la serie sobre El Túnel de Bunker que prometimos.

La memoria ficcionaliza. Nuestra primera entrega pretendió ser un reporte objetivo y periodístico. En el presente artículo y en el siguiente, este blogger va a liberar su subjetividad.

Es que los recuerdos de nuestras experiencias en ese mítico lugar de Buenos Aires han sido contaminados por décadas de re-narraciones, asociaciones, exageraciones y fantasías. En lugar de confrontar el desagradable ejercicio de purificar nuestros recuerdos, hemos decidido liberar nuestra imaginación y ficcionalizarlos. 

Sin embargo, la intención de la narrativa no es desfigurar, ni ocultar, ni mentir. Queremos más bien que el relato sea una fiel descripción de los usos y costumbres de la noche gay porteña de principios de los 1990s. 

RÍO DE LOCAS

A veces voy donde reina el mal. Es mi lugar, llego sin disfraz. Por un minuto, abandono el frac y me descubro en lo espiritual, para amar. Virus.

Como todos los sábados, llegué a Bunker un poco antes de las 2 de la mañana con la tarjeta de descuento que me acababan de dar por la Avenida Santa Fe. Después de esa hora, la cola se hacía insufrible.

Era el día más popular del boliche. Yo prefería los domingos, cuando había menos gente careta y más gente como uno, artistas, bohemios y tribus urbanas de distinto pelo. Ninguno de mis amigos venía los sábados, así que éstos eran mis días de pescador solitario.

A esa hora todavía había poca gente. Crucé la pista en diagonal y entré derecho al baño a hacer una rayita. De ahí fui a la barra a pedir el primer trago y, con el vaso en la mano, a hacer una recorrida.

El túnel estaba lejos del río de locas en el que se convertiría poco después. Entré por el costado izquierdo del escenario, junto al baño de hombres, y salí por el otro lado, junto al baño de mujeres (que siempre estaba lleno de hombres jalando y culeando, se quejaban mis amigas). Ni un alma.

Subí por la escalera hacia el puente del frente. Allí estaba más poblado y oscuro, y me saludé con un par de tipos que había levantado en otras ocasiones. Era el comienzo de la noche y nadie estaba todavía para una figurita repetida. Todos buscábamos algo mejor.  

Desde el puente podía observar casi toda la disco e incluso la entrada de los que recién llegaban. Me entretuve mirando al grupo de chicos semi travestidos que todos los sábados practicaban voguing con la complicidad del DJ, que les ponía a Madonna sin parar antes de que llegue el grueso de la gente. 

Ya eran las 3 de la mañana, y el lugar se había llenado. El apogeo sería hacia las 4, cuando los famosos llegaban. No había VIP y era fácil chocarse con alguna celebridad de la farándula local. Moria, Juan Castro, la Clota, y muchos otros eran habitués que se mezclaban democráticamente con el trolaje plebeyo. 

Yo ya había elegido varios levantes potenciales, pero mi vaso se había vaciado. Señal de que, antes de elegir un lugar donde apostarme para acecharlos, era hora para otra rayita y otro Cuba Libre.

Siempre me apostaba en el mismo lugar: arriba, en el puente, cerca de la escalera de la derecha. Allí el espacio se angostaba y no sólo podía verse a quienes venían subiendo, sino también manosearse con facilidad con los que pasaban.

Ya instalado en mi puesto, nos toqueteamos y besamos al pasar con varios tipos hasta que, finalmente, agarré a uno de mis pre-seleccionados. Después de una exploración inicial rápida y apasionada, corrimos abajo hacia el túnel.

Todavía había mucho espacio, aunque ya se estaba llenando de parejitas. A esta hora relativamente temprana, era una especie de túnel de los enamorados, la mayoría de las parejas eran chicos muy jóvenes que no tenían su propio lugar para curtir.

Nos besamos, nos pajeamos y nos chupamos las pijas con discreción, porque el lugar estaba todavía semi vacío y las luces de la pista parecían perseguirnos. Me encantó su olor, y lo sensible que el chico era a mis manos y mi boca. Sentía que podía tocarlo como si fuera un instrumento musical, guiándome por la música de sus gemidos y el ritmo de sus temblores. Cuando nos aburrimos, el túnel se estaba empezando a llenar y nos despedimos. Había llegado el fin de la hora de los dúos.

Ya eran más de las 4 de la mañana y corrí a hacerme otro saque, no tenía tiempo para pedir otro trago antes de que el túnel se llenara y se convirtiera en un río de locas. 

Volví del baño y, por suerte, el rincón en el que habíamos estado seguía desocupado. Me acomodé con la espalda contra la pared un poco después de la entrada al baño. Todavía circulaba gente en ambas direcciones, pero poco a poco se iba formando una corriente uniforme.

Los lugares contra la pared, arriba del escalón que la bordeaba a todo lo largo, eran codiciados. Había que defenderlos. A medida que el túnel se llenaba, los tipos que venían en la corriente trataban de engancharse con alguno de los que estábamos posicionados contra la pared y arriba del escalón, o de empujarnos para adueñarse de nuestra posición estratégica, éramos los únicos estacionados.

Estaba acostumbrado a usar toda mi fuerza para rechazar a los que trataban de tomar mi lugar.

La corriente ya se había convertido en una horda de locas calientes que se amuchaban para entrar a presión por la derecha del escenario, y circulaban hacia la salida de la izquierda, para recomenzar un ciclo que duraba un par de horas. Había bastante luz que venía de la pista, así que se veía perfectamente.

Desde mi posición privilegiada, era como estar a la orilla de un río de locas desbordado. Y se podía pescar.

Desde el escalón que agregaba 10cm a mi estatura, podía escanear el caudal de hombres que se empujaban en mi dirección. Cuando hacíamos contacto visual con uno que se estuviera acercando, el tipo maniobraba y, una vez al alcance de mi mano, lo pescaba. Pero la correntada era muy intensa y cada contacto no duraba más que unos segundos, con suerte minutos.

La sensación de poder que me daba mi posición privilegiada de pescador, arriba del escalón y contra la pared, era casi tan embriagante como la mezcla de cocaína y alcohol. Muchos de los ojos en la corriente me miraban con deseo y todos con envidia.

Los chicos a mis costados cambiaban con frecuencia, arrastrados por el río de locas. A veces yo los empujaba, cuando no me gustaban, ignorando sus miradas de odio mientras la correntada los arrastraba. Yo me mantenía firme y no había un segundo en el que no le estuviera comiendo la boca a alguien. Elegía como los pescadores deportivos. Devolvía al río los especímenes menos interesantes y me quedaba con los mejores. 

pescador de locas

el pescador de locas

Esa noche tuve suerte. Me tocaron pibes muy lindos y, finalmente, hubo dos que permanecieron más tiempo. Me gustaba más el morocho deportista a mi derecha, pero el chico de la izquierda también era muy guapo. Estando en el medio, en lugar de turnarme con uno y otro como había estado haciendo con sus predecesores, los acerqué para que nos comiéramos las bocas los tres al mismo tiempo.

Mientras, mi chota estaba disponible para los que quisieran saborearla, firme como un trampolín saliendo por mi bragueta abierta. 

Entre lengüetazos, de vez en cuando echaba un vistazo debajo de mi cintura. Cuando no estaba llenando alguna boca anónima, mi poronga brillaba de salivas, dura y hermosa, cambiando de colores junto con las luces de la discoteca. Veía los ojos libidinosos de los muchachos que trataban de acomodarse para chuparla, como peces compitiendo por la carnada, luchando contra el caudal del río de locas.

Los besos, las miradas deseantes, los empujones, las pijas duras babeando en mis manos, mi chota chorreando salivas, el latido hipnótico de las luces, la vibración rítmica de la música, el mareo del alcohol y la omnipotencia de la cocaína, todo formaba una constelación de estímulos que provocaba una sensación parecida a un éxtasis constante.

Casi nunca acababa en esta situación. Esa noche fue distinto. 

Hubo un momento en que dejamos de besarnos con mis laderos y miré hacia abajo. Me encontré con los ojos de un muchacho hermoso al que había visto varias veces. Quién sabe cuántas vueltas había dado hasta que pudo posicionarse. Sin desenganchar nuestras miradas, se zampó mi chota hasta las bolas y la humedad y tibieza de su boca me dieron un sacudón de placer. No sé qué hizo, porque no percibí ningún movimiento. El flaco estaba trabajando con su lengua y su garganta, solamente jugando con la presión.

Pude aguantar mi orgasmo por apenas un par de minutos. Cuando los espasmos llegaron y los chorros de leche empezaron a salir, él no se la sacó de la garganta. Cada lechazo fue directamente a la faringe, y con cada uno veía cómo sus ojos se hinchaban como si latieran y con cada latido estuvieran a punto de explotar, siempre mirándome con fijeza. 

Con el último chorro, se la sacó de la boca y se dejó llevar por el río de locas. Lo último que vi fueron sus ojos, que nunca dejaron de mirarme, arrastrados por el caudal.

FIN

Espero que les haya gustado. Me encantaría que dejaran comentarios.

No se pierdan. Pronto viene la última historia de la serie sobre el mítico Túnel de Bunker.

Hasta la próxima pinga, amig@s!

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