Los Jueves

“Los Jueves” inaugura una nueva era en I LIJKE PINGA. Esperamos que les guste.

Hemos decidido dejar de escribir en inglés en nuestro blog. A partir de “Los jueves”, las publicaciones serán en castellano siempre que sea posible. No importa si se trata de uno de nuestros reportes tradicionales, o de una historia de ficción, a partir de ahora pasamos de la lengua de Shakespeare a la de Cervantes.

Les pedimos disculpas a nuestros amigos angloparlantes. José Soplanucas se ha cansado de escribir en un idioma que no domina por completo. Les llegó el turno a a Uds, a usar el traductor!

Los jueves

Nacho
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Como todos los jueves, se apuró a volver a casa después de la oficina. Se duchó, se perfumó, porque en esa época estaba de moda oler importado. Decidió no ponerse calzoncillos, y enfundarse directamente en unos jeans gastados y ajustados.

Se paró frente al espejo en el dormitorio y evaluó su bulto. A Nacho le encantaba su pija mutante, cuyas dimensiones estaba regulando, salivando de satisfacción ante los resultados que veía. 

Salió a la calle Rodríguez Peña  y comenzó a caminar hacia Santa Fe a paso acelerado. Era una tarde fresca en el otoño de Buenos Aires, y se había puesto un buzo liviano para exhibir sus hombros cuadrados. Para algo se pasaba todas esas horas en el gimnasio.

Era una caminata corta hasta Avenida Santa Fe. Rodríguez Peña no es una calle para pasear, y los otros peatones también estaban apresurados por llegar a sus destinos. En menos de diez minutos estaba cruzando la avenida y sumergiéndose en la corriente de la Vereda del Pecado.

Cuando entró en modo de yiro, bajando la velocidad y buscando las miradas de los otros, eran más o menos las 7 de la tarde. Ya había empezado a anochecer y la mayoría de los transeúntes estaban disfrutando de su tiempo libre. Para la ciudad era muy temprano, y las veredas estaban llenas de gente mirando vidrieras, tomando un café entre amigos, haciendo planes para la cena, entrando y saliendo de los cines y los teatros, hojeando libros en las librerías, revisando CDs y videos en Musimundo. El contraste con Rodríguez Peña era notable, nadie parecía estar yendo a ningún lado.

En seguida empezó a ver caras conocidas. Antes de cruzar Avenida Callao, saludó con una sonrisa a un tipo con el que había curtido varias veces. Su culo hablaba. A Nacho le encantaba cuando el culo le rogaba que lo cosquilleara con su pija mutante, antes de taladrarlo. Su dicción era perfecta y el muy parlanchín era políglota. Nacho le pedía que hablara con acento paraguayo o dominicano, sus favoritos del castellano, y el ano complaciente era capaz hasta de hablar sucio en guaraní. Además, su inglés británico era muy sugerente. A Nacho le encantaban las cosas que le susurraba al oído. El culo era un intelectual hecho y derecho, lo arrullaba con poemas existenciales. Lo que sí, siempre evitaban hablar de política. Sabían que iban a pelearse. 

Sintió el comienzo de una erección, pero recién empezaba su caminata y no quería irse con el primero culo que encontraba.

Unos pasos después de la calle Ayacucho, cabeceó reconociendo a otro antiguo levante. El culo de este no hablaba, pero te chupaba. Podía usar el músculo de su argolla como si fueran labios, y estirarlos como una trompa con poder de succión. La última vez que curtieron, ese culo le dio a Nacho una de sus mejores experiencias de french kissing, todavía no entendía cómo no se notaba que no tenía lengua. Y ni hablar cuando le chupaba su pija mutante. Nacho la engordaba hasta alcanzar el grosor de una botella de ananá fizz, y el culo voraz la devoraba, chorreando una saliva que nadie sabía de dónde salía.

Otras veces el orto se hundía en lo que parecía un agujero negro. Nacho se sentía como un astronauta dejándose llevar por su atracción gravitacional. Y aunque este culo no hablaba, podía silbar. Después de coger, solían quedarse abrazados y besarse dulcemente con su levante, mientras el flaco liberaba los gases post coito con el culo modulando alguna melodía. Desafinaba un poco, pero a Muchacha Ojos de Papel la entonaba bastante bien.

Nacho llegó a Avenida Pueyrredón. Estaba caliente y tenía que tomar una decisión. Podía dar media vuelta y llevarse a casa a uno de sus conocidos. Podía seguir caminando un par de cuadras más para ver si había alguien o algo interesante. 

Descartó al culo parlante. Cursaba la Carrera de Sociología y era época de finales en la Facultad de Ciencias Sociales. Nacho no tenía ganas de hablar de la muerte de los paradigmas. Por el otro lado, el culo silbador tampoco parecía una buena opción. Estaban a un mes del Día de la Independencia y lo único que entonaba era el himno Nacional. A Nacho, el patriotismo se la bajaba.

En vez de seguir caminando, decidió instalarse en la esquina de las avenidas Pueyrredón y Santa Fe, donde estaba. La noche estaba fresca y agradable, la gente irradiaba buena onda, y había hombres para elegir. El recuerdo de sus culos compinches lo había dejado con su su bulto radiante. Si alguien prestaba atención, se podían observar hasta sus latidos. 

Nacho y Nestor en Los Jueves
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Estaba terminando su primer cigarrillo cuando lo vio. Venía caminando con su pelo rojo húmedo aleteando en la brisa otoñal, libre de la capucha baja del buzo, con un bolso al hombro del que asomaban un guante y un bate de béisbol. 

Parecía venir mirándolo desde media cuadra, directo a los ojos y sonriéndole. Lo encaró sin ninguna hesitación, se presentó con el beso en la mejilla característico de Buenos Aires. Néstor estaba viniendo de un partido, y no perdieron el tiempo. Una vez que establecieron que eran compatibles en la cama, se subieron a un taxi. Estaban a menos de 15 minutos del departamento de Nacho en la esquina de las calles Rodríguez Peña y Guido.

Sentados en el taxi y con las ventanas cerradas por el fresco, Nacho sintió que se emborrachaba con el aroma a jabón de Néstor. Sin ninguna timidez, el atleta había abierto sus piernas y colocado la mano izquierda de su compañero sobre su muslo derecho, asomando totalmente lampiño por debajo de los pantalones cortos. Mientras, había puesto su mano derecha sobre el bulto de Nacho, que latía a punto de reventar el pantalón.

Nuestro amigo había notado que Néstor hablaba con un acento extraño. Como era tan alto, no había visto, hasta que estuvieron sentados dentro del taxi, que el atleta llevaba un auricular en su oreja derecha. El flaco era sordo, no extranjero como Nacho había especulado, engatusado por la dicción, el aspecto y el deporte exóticos. 

Llegaron en pocos minutos. En los segundos que el ascensor necesitó para llegar al octavo piso, Néstor se las arregló para darle su primera mamada. Sus ojos brillaron de codicia cuando comprendió las cosas que podría hacer con esa pija, o que esa pija podría hacer con él. 

los ojos de nuestro los jueves
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No charlaron. No se sentaron un rato. No bebieron nada. Se desnudaron y, antes de que la puerta terminara de cerrarse, ya estaban en la cama. 

Nacho expandió su pija mutante, que parecía una anaconda llena de venas y arterias palpitantes enrollándose alrededor de su presa. La rociaba con lubricante y brillaba, poderosa y hermosa, mientras se desplegaba lentamente, con precaución protectora y curiosidad exploradora. Los amantes se devoraban mientras el glande examinaba el cuerpo del sordo, presionando aquí y allá, demorándose cuando los estremecimientos indicaban que estaba regodeándose en el lugar correcto.

Cuando no quedó un centímetro cuadrado de piel sin estimular, Nacho hizo que el glande de su pija mutante creciera hasta tener el tamaño y la forma de una cabeza humana, y comenzó a manipular la salida de la uretra como si fuera una boca. Parecía que esa pija gigantesca, enroscada en Néstor, se hubiera convertido en un tercer amante, brillante y venoso. Nacho, Néstor y la pija mutante se besaron con pasión. 

Fue en medio de esta tripleta babosienta que el accidente ocurrió.

Inadvertidamente, al enroscarse sobre el hombro de Néstor, la pija mutante había removido el audífono de la oreja del sordo. 

Al principio, nadie se dio cuenta. Las dos bocas y la uretra estaban entretenidas y nadie decía palabra. Pero cuando Nacho retiró su pija y empezó a desenroscarla y darle las dimensiones y forma apropiadas para penetrar a su compañero, Néstor rompió el silencio.

Mientras había tenido su audífono colocado, era capaz de escuchar su propia voz y articular sus palabras. Sin el aparato, empezó a emitir sonidos sin modulación ni sentido aparente.

La primera reacción de Nacho fue confusión. A punto de penetrar a su amante, quedó suspendido en el tiempo sin entender qué estaba pasando. En un segundo comprendió, y dio una carcajada. La gracia no duró mucho más que otro instante. 

Quién sabe qué estaba tratando de decir Néstor, seguramente cosas sucias. Lo que en realidad emitía eran sonidos guturales, por momentos hasta parecía que estaba cantando. La carcajada de Nacho se ahogó en un sollozo de placer. Esos cánticos de gemidos inarticulados parecían inflar su pija mutante y avivar el fuego de su calentura.

Los dos amantes, envueltos y extasiados por la armonía de vagidos crípticos, levitaban. La pija mutante se extendía adentro de Néstor, llegaba tan profundo como podía, se expandía para llenar todos los espacios, variaba las presiones, las durezas, las suavidades, los movimientos y los ritmos de acuerdo con el canto embrujado y embrujante del sordo.

la pija mutante de los jueves
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Flotando en medio del dormitorio de ese departamento de la Recoleta porteña, los dos cuerpos se confundían en una danza tan llena de goce y felicidad como llenos de misterio parecían los gemidos gregorianos vomitados desde la garganta sorda. No se sabía si la pija respondía a la música o la comandaba. 

Cualquiera sea el caso, el orgasmo fue simultáneo. La acabada de Néstor salió con tanta fuerza que los primeros chorros cayeron directamente en su boca, que no paraba de aullar lo que parecían obscenidades en algún idioma extraterrestre. Los primeros chorros del orgasmo de Nacho llenaron las entrañas del sordo, y luego la pija salió y siguió vomitando leche como una manguera de alta presión, en uno de esos raros momentos en los que su amo perdía el control.

Recuperaron fuerzas abrazados, se ducharon, y charlaron un poco. Por supuesto, después de encontrar el audífono en un charco de semen y reinstalarlo en la oreja del sordo. Eran las nueve de la noche, hora de cenar en el Río de la Plata, y se despidieron. Habían intercambiado teléfonos. Tal vez, volverían a verse.

Como todos los jueves, Nacho volvió a ducharse, comió algo a la disparada, se acostó y quedó inmediatamente dormido, abrazado a su querida pija mutante.

FIN

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